Editorial-. La reciente catástrofe que ha asolado la Comunidad Valenciana, dejando un trágico saldo de pérdidas humanas y materiales, ha expuesto a la región a una de las DANAs más devastadoras de los últimos años. Sin embargo, además de las consecuencias directas de la tragedia, la población ha tenido que enfrentar una crisis de desinformación que ha intensificado la incertidumbre y el malestar social.
En tiempos de emergencia, las redes sociales y las plataformas de mensajería instantánea, diseñadas para conectar e informar, se convierten con frecuencia en canales de difusión de rumores y falsedades. Según un estudio realizado por el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), las estadísticas revelan que las noticias falsas tienen un 70% más de probabilidad de ser compartidas que las verdaderas y se propagan hasta seis veces más rápido. Este crecimiento desmesurado de la desinformación, alimentado por la inmediatez de la tecnología, ha sido especialmente perjudicial en los últimos días en Valencia.
Un claro ejemplo de este fenómeno ha sido el caso del parking del centro comercial Bonaire. Desde el primer día, comenzaron a circular afirmaciones infundadas de que el lugar se había convertido en un «cementerio de cadáveres», sin ninguna confirmación oficial. La falsa idea de que en ese espacio yacían numerosas víctimas atrapadas bajo el agua desató una histeria colectiva en la población, ya afectada emocionalmente por el desastre. Las imágenes y videos manipulados o descontextualizados sirvieron para propagar estas versiones, que no solo obstaculizaron el trabajo de los equipos de emergencia, sino que generaron un pánico añadido a la ya desolación en la que se encuentran los ciudadanos afectados.
La desinformación puede tener efectos devastadores que trascienden lo digital. La histeria generada por estos rumores está vinculada a episodios de tensión y actos impulsivos, como la reciente “agresión” al presidente del Gobierno durante su visita a la zona afectada. En situaciones de gran sensibilidad, los bulos no solo amplifican el dolor colectivo, sino que también aumentan los resentimientos y pueden desencadenar conflictos de mayor gravedad.
El papel de los medios de comunicación, así como de las plataformas digitales, resulta crucial en estos momentos. No es suficiente con informar, es fundamental hacerlo con responsabilidad y precisión. Los medios deben comprometerse a verificar cada dato antes de difundirlo, algo que medios de alcance nacional no hicieron y basaron su información en relatos o palabras de fuentes sin confirmar. Un titular sensacionalista o una información poco contrastada pueden ser letales en un contexto de tensión como el actual. Sin embargo, este compromiso también debe ser asumido por la ciudadanía, que puede frenar la difusión de falsedades al no compartir información no verificada, o tratar ellos mismos de asegurarse si es cierta o no, ya que a veces, en estos casos hay un porcentaje de población que prefiere creer en lo que le beneficia e interesa, en vez de en la realidad.
En una situación tan delicada como la que vive la Comunidad Valenciana, donde el dolor, la incertidumbre y el miedo se encuentran en su máxima expresión, los rumores y las noticias falsas son un veneno que lastima a la sociedad desde dentro. La responsabilidad colectiva exige detener la propagación de esta epidemia de desinformación, por una simple y llana razón, no ayudan en nada a los afectados. Todos los actos de solidaridad mostrados por compatriotas se ven manchados por una guerra de bandos que para lo único que sirve es para que entre ellos se lucren y la gente que de verdad necesita ayuda quede desamparada.