Clara, Magdalena y Tatiana son tres vecinas de la Villa de las Ferias que se encuentran en la zona ayudando a los afectados
Paula de la Fuente-. La desolación que ha dejado la DANA en la Comunidad Valenciana es difícil de imaginar desde el refugio de todos aquellos hogares sin daños. Carreteras intransitables, pueblos en ruinas y, sobre todo, un lodo que ha cubierto hasta el último rincón. Pero para Clara García, Magdalena Moreda y Tatiana Ramos, tres vecinas de Medina del Campo, no bastaba con solo imaginarlo: sentían la necesidad de estar allí, de ayudar. Recorrer los más de 600 kilómetros que las separaban de Valencia para tender la mano a personas que lo han perdido todo era, para ellas, una cuestión de humanidad.
“Nosotras somos tres personas con trabajos, familias y responsabilidades”, cuenta Clara García, con voz pausada y agotada, después de días sin apenas dormir, “pero a veces, cuando ves una situación así, no puedes hacer otra cosa que ir”. No tenían un plan definido, más allá de llevar botas aptas para el agua, alimentos y productos de primera necesidad a quienes los necesitaran. Pensaron que podrían organizar un viaje rápido, pero lo que empezó como una idea pequeña se convirtió, en cuestión de horas, en una red solidaria mucho más grande de lo que imaginaban.
La respuesta en Medina del Campo fue abrumadora. “Difundimos un poco por redes sociales darlo publicidad, y al día siguiente ya teníamos las casas llenas, hasta arriba de donaciones. No podíamos ni movernos”, relata Clara con actitud risueña. La ayuda de los vecinos se desbordaba mientras ellas se sentían abrumadas ante tanta generosidad. Pero el entusiasmo inicial también trajo preguntas complicadas de resolver: ¿cómo transportar todo hasta Valencia? Fue entonces cuando apareció la pareja de la revista El Mirador, Valen y Ana, quienes les ofrecieron una furgoneta para trasladar las donaciones de Medina a Soria, donde otra furgoneta las esperaba para llevarlas hasta Valencia.
Ya en la carretera, la atmósfera cambió. “Recuerdo el momento de ver Valencia a un lado, con su vida normal, coches yendo y viniendo. Y luego, al otro lado, el desastre. Era como entrar en otro mundo”, dice Clara. La imagen de los coches apilados, los juguetes de niños esparcidos entre el barro, los bloques de hormigón en medio de las calles… todo aquello la conmovió profundamente. “Íbamos en la furgoneta llorando, porque aunque lo habíamos visto en vídeos, estar allí era otra cosa. Te das cuenta de que la gente lo ha perdido todo”.
Las dificultades no terminaron con su llegada. Las tres mujeres llegaron a Alfafar, una de las localidades más afectadas, y se toparon con que ni siquiera el ejército o la policía podían indicarles con precisión a dónde debían ir. “Estaba todo colapsado, calles bloqueadas, maquinaria por todas partes”, explica. “Limpias un tramo y, en minutos, vuelve a llenarse de barro. Es frustrante ver cómo parece que el tiempo se ha detenido y que todo el trabajo cuesta el doble”.
Sin embargo, entre los escombros y el caos, encontraron también una fortaleza admirable en las personas afectadas. “Es increíble ver la entereza de quienes lo han perdido todo y aún tienen la capacidad de darte las gracias por haber venido. Ayer, una mujer me contó que había pasado ocho horas buscando a su marido, sin saber si estaba vivo o muerto. Y lo decía sin lágrimas, porque ya no le quedaban fuerzas para llorar”, recuerda Clara, impresionada. Historias como esa se repiten en cada calle, en cada encuentro, y han dejado una huella imborrable en el equipo de Medina del Campo.
La acogida de los valencianos ha sido cálida y generosa, pese a su situación crítica. “Nos hemos hospedado en Tavernes de la Valldigna, y allí, aunque el pueblo no ha quedado tan afectado, la gente nos ha tratado como si fuéramos de la familia. Nos ofrecían un bocadillo, un café… incluso aunque ellos mismos están en situaciones complicadas. Ves a personas que han perdido sus hogares, sus negocios, y aún así te tienden la mano”, comenta Clara. La empatía se extiende en ambas direcciones, creando una red de apoyo que cruza toda España.
A pesar de la intensidad del viaje, Clara, Magdalena y Tatiana no quieren que su labor termine aquí. Saben que el regreso a Medina no significa el final de su compromiso con las personas afectadas. “Me he comprometido a volver el fin de semana que viene. Esto va a ser una tarea larga y ellos necesitan saber que no están solos, que no los vamos a olvidar”, afirma Clara. Las tres medinenses han dejado claro que la ayuda no se limita solo a traer provisiones: a veces, lo más valioso es simplemente escuchar, compartir un rato con quienes aún están en estado de shock, acompañarlos en su duelo.
Mientras se despiden de Valencia, llevan consigo el recuerdo de cada mirada agradecida, de cada historia compartida en medio de la devastación. “Ellos sienten que en un mes, cuando los focos se apaguen, van a quedarse solos, olvidados entre ruinas. No queremos que eso ocurra”, asegura Clara, con una determinación que resuena en sus palabras. “Queremos que sepan que desde Medina, y desde otros lugares de España, seguiremos atentos a lo que necesiten, aunque sea solo estar ahí, para escucharles y apoyarles en lo que podamos”.
El viaje a Valencia ha cambiado para siempre a Clara, Magdalena y Tatiana. No se despiden de la Comunidad Valenciana con un adiós, sino con una promesa: seguirán presentes, desde Medina o donde sea necesario, mientras haya una mano que puedan tender. Ellas, junto a otros tantos medinenses, son los auténticos constructores de un puente de solidaridad que unirá, por siempre, la noble Villa de las Ferias con estas tierras valencianas.
A esto se le llama «volunturismo».
Estas cosas escaman, conocí a gente que cuando estaban estudiando los mandaban los papis de «voluntarios» a África, como el que lo mandaba a Irlanda un mes. Les costaba una pasta gansa el avión y el alojamiento, y luego llegaban allí y los ponían a pintar colegios o lo que fuera.
Ya entonces me preguntaba si no era mejor mandar el dinero que costaba el viaje y ayudar de otra forma.
Es que es absurdo, para eso que pinten los pintores locales o albañiles o lo que sea, ¿para que van a ir chavales de 20 años europeos que no han hecho eso en su vida??
Para presumir en linkedin de lo buenos, caritativos y bondadosos que son. Ah, y religiosos…
Este año había por las universidades hasta ferias de voluntariados.