El Puente Colgante de Valladolid ha sido oficialmente declarado Bien de Interés Cultural (BIC) por la Junta de Castilla y León en la categoría de ‘Monumento’. El alcalde, Jesús Julio Carnero, ha valorado positivamente este reconocimiento, describiéndolo como «un acto de justicia para este emblema de Valladolid, vía de comunicación medular».
El Ayuntamiento ha recibido con satisfacción la noticia, destacando que el ‘Puente de Hierro’ es más que una simple estructura, sino un símbolo de la arquitectura vallisoletana y un testigo crucial del pasado industrial de la ciudad. «Es un icono que representa a nuestra ciudad y a todos sus vecinos, un testimonio de nuestro pasado que explica en lo que hoy nos hemos convertido: una ciudad industrial, tecnológica y moderna», señaló Carnero.
El Puente Colgante, cuya construcción comenzó en Liverpool, fue transportado en barco hasta Bilbao y de allí en tren hasta Valladolid, donde se ensambló en la orilla del Pisuerga. Inaugurado el 20 de abril de 1865, fue el primer puente de hierro con esta tipología en España, un diseño que se replicaría en otras partes del país debido a sus ventajas estructurales y estéticas.
El Puente Colgante de Valladolid, también conocido como el Puente de Hierro, constituye uno de los elementos urbanos históricos más característicos e identificadores de Valladolid e imagen icónica de la relación de la ciudad con el río Pisuerga. Por ello, se delimita en esta declaración el entorno mínimo de protección que forma la visual paisajística esencial del monumento para preservar su relación con el medio físico en el que está ubicado.
Constituye un elemento patrimonial único, relevante ejemplo del avance tecnológico de una época, hito en el contexto de la arquitectura de hierro en España al ser el primer puente construido en nuestro país y el cuarto en Europa con el sistema arco-tirante, abriendo, de este modo, el camino a la implantación de esta tipología de puente carretero metálico en el resto del territorio nacional.
Ubicado junto al Monasterio de Nuestra Señora de Prado, a las afueras del conjunto histórico de Valladolid, también se le conocía como Puente del Prado. No es en realidad un puente colgante, sino que se trata más bien de una estructura en hierro forjado, con sistema de arco atirantado o Bow-String, sobre apoyos laterales de fábrica de sillería y pedestales de fundición. Tiene un tablero de 75,70 metros de largo y 7 metros de anchura, con un único vano de 68,70 metros, que en origen presentaba un suelo de madera de pino.
El sistema Bow-String diseñado por el ingeniero Isambard K. Brunel, fue presentado en la Exposición Universal de París, como lo más avanzado de la ingeniería inglesa. Se trata de un sistema estructural resistente y económico, también conocido como de viga parabólica o arco-tirante, consistente en dos grandes cordones parabólicos a compresión cuyo perfil se acopla a la forma de la ley de momentos flectores que va a soportar, minimizando de esta manera las tracciones en el cordón inferior. Del par de arcos arriostrados entre sí por una serie de vigas de celosía, cuelgan montantes que sustentan el entramado metálico del tablero. Normalmente a ambos lados se adosan pasos en voladizo para peatones que en origen presentaban pavimento de madera que se irán sustituyendo por planchas metálicas por motivos de conservación.
La primera aplicación en España de este sistema tuvo lugar en Valladolid en 1865, con el Puente Colgante y, aunque el sistema no tuvo en principio mucha aceptación, se fue popularizando en los primeros años del siglo XX entre los carreteros, ya que competía en economía con los de viga a partir de los 40 metros de luz.
Construcción y contexto histórico
La gestación del Puente Colgante de Valladolid, segundo puente de la ciudad después del Puente Mayor, comienza a finales del siglo XVIII y principios XIX, en el contexto de la incipiente industrialización del país y la articulación de un sistema de comunicaciones moderno, que situaría a Valladolid en la vanguardia tecnológica del país con la mejora de las comunicaciones y la llegada del ferrocarril a la ciudad.
El proceso de construcción comenzó en 1851 con la elección del enclave para la construcción de un auténtico puente colgante, bajo la dirección del ingeniero Andrés de Mendizábal, apadrinado por la reina Isabel II. Las obras se iniciaron en 1852, pero pronto surgieron dudas sobre la estabilidad de la novedosa estructura de puente colgante y, aunque se presentó un segundo proyecto del mismo autor con el sistema Vergniais, finalmente se optó por la suspensión definitiva de las obras en 1854 y la construcción de un puente de arco atirantado. Aunque no existe constancia documental, la autoría del nuevo proyecto se atribuye a una de las figuras más importantes en el desarrollo de la ingeniería en España, Lucio del Valle.
Las características de este tipo de puentes permiten la elaboración y montaje de las piezas fuera de su ubicación final. En este caso, la fabricación en hierro forjado y fundido del Puente Colgante se llevó a cabo en Inglaterra, por John Henderson Porter, en los talleres de Ebro Works en Tividale, cerca de Birmingham, según consta en dos inscripciones conservadas en el Puente. Las piezas, elaboradas en los talleres ingleses y enviadas a España a través de los puertos de Santander y Bilbao, llegaron a Valladolid en abril de 1864; su colocación, ajuste y roblonado duró siete meses bajo la vigilancia facultativa de los ingenieros Carlos Campuzano y Antonio Borregón, aprovechando los estribos ya ejecutados y sin necesidad de utilizar grandes medios ni un elevado número de operarios, para la puesta en obra.
Una vez montado el Puente en la orilla derecha del río, se construyeron tres caballetes provisionales de madera a través de los cuales deslizarían el Puente hasta colocarlo en su posición definitiva. En abril de 1864 se realizó la prueba de carga que resulto un éxito, inaugurándose en 20 de abril de 1865. En su construcción se mantuvieron las dimensiones iniciales de anchura del tablero y longitud total, con un peso de 400 toneladas mayor al inicialmente previsto, y con un presupuesto de 991 000 reales, bastante más bajo que el inicial.
Desde ese momento y hasta la actualidad, el Puente ha conservado su uso, si bien ha sufrido numerosos trabajos de mantenimiento y reparación que han permitido el tránsito rodado hasta nuestros días, sin perder su diseño original y sus valores simbólicos y estéticos y que han convertido su imagen en símbolo inequívoco de la ciudad de la capital vallisoletana.