Editorial

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El Rey abdica, ¡Viva el Rey!
La abdicación de Don Juan Carlos I como Rey de España puede haber sorprendido, o no, a los españoles; y puede haber agradado, o no, a determinados segmentos de la sociedad, desbridando en algunos de ellos la euforia republicana, muchas veces latente en los corazones pero rechazada por la sensatez cuando se analiza la historia de España.
Vaya por delante el reconocimiento hacia la figura de Don Juan Carlos I, a su labor conciliadora y a su grandeza y espíritu democrático que supo estar a la altura de las circunstancias cuando fue menester, primero renunciando a los poderes que le venían de un régimen anterior y, después, rechazando de lleno las veleidades de los nostálgicos, en la noche de un aciago 23 de febrero.
Sí es cierto que en los últimos tiempos su figura, bien por la crisis económica por la que atraviesa España bien por los escándalos que a nadie se le escapan, se ha visto en cierta medida devaluada; algo que no debe implicar el declive de la Monarquía Constitucional, o si se prefiere República Coronada, de cuya mano España ha encontrado el más largo periodo de democracia y bienestar de toda su historia.
Pero, a pesar de tales macas en su dilatada trayectoria, nadie puede negar que el reinado de Don Juan Carlos ha arrojado un balance positivo que encontrará sin duda alguna, por supuesto con la actualización que los tiempos requieren, continuidad bajo el reinado de Don Don Felipe VI.
Y es que no hay que olvidar, y para recordarlo y actuar en consecuencia están ahí las dos grandes formaciones políticas de España, que la forma de Estado que se otorgaron los españoles el mismo día que aprobaron la Constitución vigente fue la Monarquía Parlamentaria. Y la misma se aprobó, mayoritariamente, dentro de un paquete de normas de convivencia y mediante un pacto tácito, en el que también iba incluido, y es sólo un ejemplo, el régimen autonómico de España que hoy nadie cuestiona, salvo los extremismos de uno y otro signo.
Sí parece lógico ese afán de algunos jóvenes, encandilados por voces populistas que se manifiestan a través de las redes sociales, de someter a referendum la forma de Estado. Pero tal sólo sería posible si, en un mismo paquete de medidas, o en definitiva una nueva Carta Magna, se incluyese la articulación territorial de España, abocada de antemano a un bicameralismo para dar encaje a las Autonomías; y a un sinfín de detalles, entre los que sería cuestión primordial el otorgamiento de competencias al presidente – muchísimas, a la francesa; y ninguna a la alemana, muy similares a las que tiene el Rey de España – además de la elección del mismo, por sufragio directo, en un país que llega casi a las manos con motivo de elecciones de cualquier tipo, o por voto indirecto emitido por unos diputados que, nadie lo dude, llevarían a la Primera Magistratura del Estado a uno de sus correligionarios.
La cuestión no es baladí, y menos en una España que en una primera experiencia republicana, de sólo 21 meses, vio desfilar a cuatro presidentes; y en una segunda, en la que, rizando el rizo, destituyó al Presidente, en vez de felicitarle, por convocar unas elecciones que llevaron al poder a quien se encontraba en la oposición.
Tales sinrazones republicanas, auspiciadas por ciertos extremismos, hacen que la Monarquía Parlamentaria Española, sin poder real y con autoridad moral de quien ocupa el trono, tenga ya continuidad garantizada, sin sobresaltos para nadie y sin generar problemas ahora no existentes, en la persona de Don Felipe de Borbón, en breve, Felipe VI, Rey Constitucional de España.
La Voz de Medina y Comarca