Solana.- A las once en punto de la noche, comenzó uno de los actos más entrañables y puros de la Semana Santa de Medina del Campo: el primer Rosario de Penitencia, en el que los Cofrades del Atado a la Columna sacan a las calles, céntricas y del extrarradio de la villa, al Cristo de la Penitencia, espléndida imagen anónima del siglo XVI, mientras rezan el rosario en compañía de cuantos hombres desean sumarse a tal plegaria.
Los Rosarios de Penitencia en Medina del Campo, históricos en una villa penitencial, se recuperaron en 1954, año de la invasión de católica Hungría por parte de la atea Unión Soviética. Acontecimiento ante el cual, el papa de la época, Pío XI, al amor del fervor Mariano de aquellos años en los Santuarios de Fátima y Lourdes, en los que el «camino de espinas», que tal es un Rosario, se rezaba sin parar, recomendó tal práctica como repulsa a la invasión de Hungría y como método eficaz para pedir la paz.
Ha sido tradición que en los Rosarios de Penitencia de Medina sólo participen hombres, al haber sido los mismos recuperados por la secci´ón masculina de Acción Católica, pudiendo sólo vislumbrar a las mujeres tras las cortinas de las ventanas de estancias apagadas o, en el caso de las más osadas, mediocubiertas con manteos o abrigos y semiocultas en las esquinas de las calles por las que discurre el cortejo, donde sólo se oye, al margen del Rosario propiamente dicho, una letanía musical con voz bronca y masculina: «Santa, Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte».
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