Robos en fincas
De Alaejos a San Vicente del Palacio, pasando por Serrada, La Seca, Nueva Villa de las Torres, Bobadilla o cualquier otro pueblo de la provincia que se nos ocurra, por no decir todos los municipios del mundo rural de España, que para el caso viene a ser lo mismo, los robos de cobre en fincas agrícolas se han convertido en un mal generalizado y endémico. Y no es lo más grave el robo en sí de tal material, que lo es, sino los daños que para extraer el mismo realizan sus autores rompiendo casetas protectoras, destrozando generadores y incluso dañando, en plena época de riego, el normal funcionamiento de la agricultura y poniendo en riesgo las propias cosechas al interrumpir la llegada a las mismas del líquido elemento.
Ya llevamos más de un año en que los agricultores damnificados, tras haber exigido una mayor presencia de la Guardia Civil en los campos, han llegado a organizarse en patrullas de vigilancia y a exigir un cambio legislativo que endurezca las penas para los autores de este tipo de delitos.
Todas las medidas, anunciadas a bombo y platillo por el Gobierno y sus representantes en las provincias, se han convertido, para desgracia de todos, en agua de borrajas.
Y es que, por el momento y a no ser que se esté fraguando una nueva ley que ponga el blanco de su diana en el centro real de la cuestión, nadie ha ido al meollo de la misma, en lo que a legislación se refiere. Está claro que ladrones ha habido, hay y habrá, y más en circunstancias económicas como las actuales; pero este tipo de robos se erradicarían si se controlase y sancionase, de verdad, a los receptadores, esos seres desalmados que compran a precio de saldo el material robado.
Naturalmente que la receptación siempre ha estado contemplada en la legislación de cualquier país; aunque la misma siempre ha sido difícil de detectar porque los peristas antes se dedicaban a la compra de material valioso y, normalmente, de pequeño tamaño. Pero ahora las circunstancias han cambiado y para receptar el cobre robado el receptador ha de tener unas grandes instalaciones, por lo voluminoso del material, y unas conexiones con gentes que, también con grandes instalaciones, pueda dar salida al mismo.
Y digan lo que digan, tales instalaciones, cuando existe la intención de encontrarlas, se localizan con facilidad, porque no pueden ser tantas; aunque parece que el peso de la Ley no termina de caer sobre sus titulares.
La Voz de Medina y Comarca