Visita del Papa
En estos días está en candelero la visita a España del Papa, Benedicto XVI, con motivo de la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud que ha reunido a más de un millón de jóvenes, que, de forma previa a su paso por Madrid, han visitado numerosos pueblos de la comarca y la propia Medina, confiriendo al aspecto de sus calles y plazas una nota pintoresca de color nunca visto. Y es que los atuendos de los jóvenes y de sus acompañantes no son iguales en todas partes. Sirva de ejemplo el colectivo polaco, en el que pudieron verse, a pesar del calor sofocante, jóvenes con velos, religiosas luciendo hábitos de los colores tradicionales de la Purísima Concepción, y sacerdotes con amplias sotanas de lana dotadas de cogullas y capuchas.
Pero la cuestión no es describir el aspecto que hayan podido tener las ciudades españolas con motivo de la visita de Benedicto XVI, sino la idoneidad del momento elegido, con el mundo global sumergido ya en la crisis, utilizando para ello recursos públicos, según unos, y fondos privados, según otros.
Es evidente que el Estado Español ha tenido que invertir en la visita papal o, al menos, renunciar a recaudar una parte de los impuestos, al ser desgravables determinadas donaciones. Como contrapartida, sin lugar a dudas, el propio Estado habrá incrementado sus ingresos, por tasas de aeropuertos, por el IVA y algunos otros impuestos indirectos. Es de resaltar que, para la economía española, el consumo de más de un millón de personas, durante varios días, habrá sido beneficioso.
Razones tampoco faltan a otros colectivos que, durante la visita de Benedicto XVI, se han manifestado no contra el Papa sino contra el gasto público que su visita haya ocasionado, por conceptos tan sencillos como la seguridad del Obispo de Roma y el control de la enorme masa humana que se ha acercado a España con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud.
Pero a pesar de los pros y los contras, queda claro que España, país serio y de profundas raíces católicas, tenía que hacer lo que tenía que hacer con motivo de la visita, dejando de lado cualquier tipo de controversia; aunque la razón de algunos no encontrase el momento de la misma idóneo. Y como contraposición a la fuerza de la razón siempre aparecen las razones del corazón que a muchos les habrá sobresaltado sólo de pensar en la presencia de Benedicto XVI. Es la intransigencia obsoleta, que parecía ya desterrada, en una España en la que caben todos los españoles.
LA VOZ DE MEDINA Y COMARCA