Editorial

0

Carnaval
Desde la noche de los tiempos, todos los países y todas las poblaciones celebran, a su manera y modo propio, los Carnavales, la fiesta de la carne, también llamada las Carnestolendas, en contraposición a esas jornadas de la Cuaresma que se avecinan y que imbuyen a los países católicos en la preparación de la Pasión de Cristo.
La historia de don Carnal y doña Cuaresma son de todos conocidas, aunque llevadas a nuestros días permanecen las andanzas del primero, de forma muy especial, en ciudades como Venecia o Río Janeiro y, por qué no decirlo, en las españolas Ciudad Rodrigo, Cádiz y Tenerife. A ellas se suma la práctica totalidad de los municipios que, de forma especial en el denominado Martes Gordo, aunque en muchos casos ya adelantado al sábado, se da rienda suelta a la imaginación y cada cual, en el caso de los adultos, se viste en muchos casos de lo que le hubiera gustado ser. Una circunstancia que permite, a veces, apreciar cuál es el verdadero carácter de las personas que, por unas horas, se muestran cómo son merced al encantamiento de un simple disfraz.
Tal sucede cuando el disfraz es completo y nadie atisba quién se encuentra dentro del mismo. Por tal motivo, los Carnavales son peligrosos en algunas ciudades; aunque los que se celebran en nuestra villa y en nuestra comarca, no dejan de ser un mero divertimento.
Quizás las razones de este proceder, en nuestra zona, sean imputables a la desaparición de los Carnavales durante los cuarenta años en los que gobernó España con mano férrea el dictador, que supo privar a todos de la pujanza del Carnaval, y de forma muy concreta, a lo que de carnal había en el mismo.
No obstante, en algunas localidades, caso de La Seca, las Carnestolendas se mantuvieron fuertes y las botargas, y monsergas que aquéllas entonaban, siempre tuvieron el grado satírico que, sorteando la legalidad, irritaba al gobernante objeto de las mismas. Algo similar sucede con las chirigotas de Cádiz; aunque en Medina del Campo y otros municipios, no existe esta tradición. Pese a todo ello, la localidad de El Carpio, a base de concursos gratificados con premios, intenta recuperar este tipo de tradiciones que forman parte de la raigambre más íntima de un pueblo que, una vez concluidas las Carnestolendas, no duda en bajar la cabeza, para postrarse ante Dios y recibir, un miércoles muy especial y llamado de Ceniza, este símbolo que es la muestra evidente, por lo menos en la superficie, del pecado que se ha cometido, simple y llanamente, por haber dado rienda suelta a la imaginación durante dos o tres días.
LA VOZ DE MEDINA Y COMARCA