Las ilusiones perdidas
Numerosas fueron las entidades públicas que, a lo largo de la historia, se lanzaron a constituir cajas de ahorro con el fin de paliar las necesidades de las familias más modestas. A ello no fueron ajenas ni la Corona, ni la iglesia ni los ayuntamientos ni las entidades benéficas, en sus orígenes con los denominados “Montes de Piedad”, que se remontan al siglo XVIII.
Con el paso de los años, pero manteniendo su espíritu inicial de préstamos a las familias y, por qué no decirlo, a pequeños empresarios, entonces denominados industriales y comerciantes, de los pueblos, las cajas de ahorros prestaron un inestimable servicio a la sociedad.
Eso sí, conforme fueron pasando los años, y muy concretamente en la época primoriverista, las cajas de ahorros comenzaron a politizarse, con la inclusión en sus consejos de administración, de representantes de ayuntamientos y diputaciones, a los que se empezaron a sumar vocales electos por los titulares de las cuentas, eran los llamados impositores.
Al carecer de accionariado, las cajas de ahorros, de forma especial tras la llegada de la democracia, comenzaron a desarrollar una ingente labor social colectiva, en detrimento de aquellos préstamos que en calidad de pignoración se concedían a particulares, las más de las veces necesitados.
A principios de los 90 del pasado siglo y con motivo de los numerosos escándalos bancarios que se produjeron en el país y la consiguiente reestructuración a la que obligó el Banco de España, provocó que numerosas pequeñas cajas de ahorros comenzasen a fusionarse, naciendo en aquel entonces muchas de las que todavía exhiben en su cartel anunciador el nombre que adoptaron entonces.
Salvado aquel bache, las cajas de ahorro se han visto sorprendidas por la crisis bancaria actual con la peculiaridad de que, salvo honrosas excepciones de todos conocidas, las mismas se habían puesto a competir con los bancos, careciendo de la experiencia de éstos y con el agravante de no contar con un accionariado al que rendir cuentas.
Fruto de todo ello han sido las denominadas fusiones frías, que a nada equivalen, y ante las que el Gobierno se ha tenido que lanzar de nuevo a reordenar el sector para evitar males mayores.
Las seguridades que se exigen a las cajas para poder obtener los recursos del Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB), que tanto necesitan algunas de ellas para salvar el pellejo, son más exhaustivas que las exigidas a bancos, con lo que Castilla y León, por no haber hecho los deberes a tiempo para impedir el mangoneo de los políticos, se verá privada de la gran caja regional que tanto necesitaba.
LA VOZ DE MEDINA Y COMARCA