Editorial

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Semana Santa 

Cuando estas páginas de “La Voz” lleguen a los lectores, Medina del Campo y los medinenses ya habrán rendido su tributo anual a la Alcaldesa Perpetua de la Villa, Nuestra Señora de las Angustias, unos acudiendo a postrarse a sus plantas, otros a entonar la Salve, los más a acompañarla y, por qué no decirlo, casi todos a cumplir con ese rito anual que se hunde en las raíces más profundas de nuestros antepasados.
Y es que, con el Viernes de Dolores, llega la Semana Santa con sus desfiles procesionales, con sus rezos, sus sonidos, su fervor, sus cofrades y hasta, por qué no decirlo, en el caso de Medina, con esa gastronomía típica en la que el potaje, el bacalao, las torrijas, las “cagadillas de gato” y la limonada son imprescindibles.
Por otra parte, otro colectivo de ciudadanos medinenses habrá iniciado su marcha hacia la costa, hacia otros municipios y tierras, a la montaña o incluso a otras ciudades en las que la Semana Santa tiene también mucho que decir, simple y llanamente porque es distinta a la nuestra, en cuanto a manifestaciones, que en lo esencial ha de ser, por pura lógica, idéntica.
Han llegado pues unos días de fiesta, sin desdoro del fervor existente, que en otras épocas se materializaba en el silencio absoluto, sólo roto por el estruendo de  las carracas y, en recintos más obscenos, por el metálico sonido de las chapas. Todo era silencio y, a diferencia de lo que acontece en la actualidad, las familias medinenses apagaban las luces de sus salones para ver la procesión e, incluso, los escasos bares que abrían sus puertas cerraban las mismas cuando la procesión se acercaba.
Hoy todo es diferente, empezando porque, dada la proliferación de desfiles procesionales, sería necesario vivir casi a obscuras para no encender y apagar la luz de forma constante; porque todos los establecimientos hosteleros, que estamos en crisis, abren y no pueden subir y bajar constantemente sus persianas, y porque, incluso, aprovechan estos días para sacar sus terrazas.
Pero, aunque Medina dijo adiós a aquella costumbre de levantarse y descubrirse al paso de un procesión – porque los caballeros ya no usan sobrero o boina, aunque los jóvenes se tocan con gorras y viseras, más que para protegerse del frío como atuendos de vestimenta generacional – la Semana Santa está ahí, viviéndola cada uno a su manera, aunque es de esperar que todos lo hagan con respeto mutuo en una Medina en la que la tolerancia forma parte del carácter de sus ciudadanos.
La Voz de Medina y Comarca