Editorial

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Vuelta a la normalidad
Atrás quedan el estío, las jornadas de piscina y las de playa, en aquellos que han podido permitírselo; y, por supuesto, las fiestas patronales de San Antolín, cuyo desarrollo se afanan estos días en valorar los diversos grupos políticos con presencia en el Ayuntamiento de Medina del Campo, naturalmente con criterios distintos, que nunca llueve a gusto de todos y menos aún de aquellos que, desde el poder o desde la oposición, ostentan la representatividad de la ciudadanía.
Lo importante es que las fiestas han sido las que han sido, la diversión ha llegado a los niveles que cada uno ha querido y podido, a tenor de su ánimo y sus posibilidades económicas; y que, en su conjunto, las celebraciones han contado con una programación que, con sus virtudes y defectos, ha hecho que la alegría, contenida por la crisis, haya llegado de forma efímera, como todo en la vida, para todos durante unas horas o, para los más jóvenes, durante ocho días y sus inherentes noches.
Pero todo ya pasó y ahora llega la triste realidad cotidiana de la vuelta al trabajo, para aquellos dichosos que lo tienen, y la esperanza de los parados en encontrar uno, por perentoria necesidad.
La vuelta al colegio de los más pequeños y los adolescentes; el retorno a la Universidad o el hecho de pisar, sea por primera vez o no, cualquier aula para prepararse para el futuro se afronta sin duda alguna con alegría por todos y con gran pesar para muchos, no por el hecho en sí, en este último caso, sino por los esfuerzos que tienen que realizar muchas familias para hacer posible que sus hijos accedan a un material docente digno o a unos estudios, algo realmente difícil a consecuencia de los odiados y odiosos recortes.
En definitiva es la vuelta a la vida diaria, a la cotidianidad y a los problemas y quehaceres que de la misma emanan, siempre con la esperanza de pasar un otoño e invierno mejores que los anteriores. Difícil papeleta en una España en la que el paro se situó en agosto en 4.698.783 personas, mientras se ha vendido, a bombo y platillo, el descenso del mismo en 31 personas.
Esperemos que el Gobierno de España no se equivoque y esos 31 afortunados que encontraron trabajo sean el punto final de una crisis que comienza a ser, además de demasiado larga, a todas luces intolerable. Y es que una cosa es equivocarse en la apreciación de la adjudicación de unas Olimpiadas y otra muy distinta generar falsas esperanzas para el futuro de 4.698.783 personas.
La Voz de Medina y Comarca