EDITORIAL

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Hace ya tiempo que este semanario tenía constancia de la querella que una empresa madrileña iba a interponer contra el alcalde de de la villa, Crescencio Martín Pascual, y dos funcionarios municipales.
De hecho, en alguno de los editorales o artículos de anteriores números de “La Voz” se dejó entrever tal posibilidad, nacida presumiblemente de la disparidad que tiene en su trato el regidor de la villa con unos u otros ciudadanos, sin que tal tenga que cuajar necesariamente en una querella. Aunque, eso sí, las voces, los ecos y la exteriorización de los sentimientos hacia Martín Pascual ya se dejaron sentir en su día con motivo del aciago incidente que, con motivo de una mala sesión de fuegos artificiales, le obligó a refugiarse en la Comisaría de la Policía Local. De aquel incidente, Martín Pascual, a pesar de erigirse en víctima, salió ya con una perdigonada en el corazón de su carrera política, que en los últimos tiempos ha recibido otros dos cañonazos por parte de la ciudadanía: la planta de biocompostajes y la pasarela de “La Mota”, temas en los que tuvo que replegar velas tras mantener sendas reuniones con los vecinos, siempre protegido por Fuerzas de Seguridad del Estado. Las mismas que también solicitó con malas formas con motivo de las últimas fiestas patronales, amenazando que o había presencia de determinados Cuerpos de Seguridad o suspendía los encierros taurinos. Toda una provocación para los representantes del Gobierno y para los propios medinenses que, por su propio carácter, son proclives a protestar de forma sonora pero sin causar daño a nadie. Y eso, quien ostenta la Alcaldía, debería saberlo.
Sin embargo hay otras situaciones en las que los ciudadanos, medinenses o de otros municipios, por sentirse ninguneados, optan por la única vía ortodoxa que tienen a su alcance: la judicial, especialmente para defenderse de presuntas arbitrariedades. Sirva a modo de ejemplo la situación anómala que sufren los bares de copas que dependen de la “generosidad municipal” en sus horarios de cierre, simple y llanamente porque el Ayuntamiento no adapta su normativa  y da las licencias de apertura oportunas.
Quien bien conoce caballerosidad de los medinenses sabe que éstos, por hartazgo, sólo actúan de dos formas: la algarada sin consecuencias para nadie o la defensa silenciosa de sus intereses, allí donde proceda, cuando se sienten, además de lesionados en sus derechos, despreciados. Encontrar la horma del propio zapato era sólo cuestión de tiempo.
LA VOZ DE MEDINA Y COMARCA