Estamos sobrados de catastrofistas empeñados en culpar a alguien de todo lo que pasa. Estaba leyendo la posibilidad de que vuelvan a celebrarse encierros en Medina y los comentarios, aún antes de saber si habrá toros por las calles, ya iban en ese sentido. Cualquier repunte posterior del virus será culpa de los encierros, de los bares, de las peñas o de cualquiera que no sea el cabreado comentarista anónimo, que parece vivir recluido en su casa sin contacto alguno con el mundo y todo el que salga a la calle es sospechoso de transmitir enfermedades pandémicas. Sobre todo si bebe o corre cerca de un toro.
Sin embargo, si el Ayuntamiento de Medina estudia demoler una de las paredes de la plaza de toros para poder hacer grandes conciertos, ahí no pasa nada. Aunque se llene de gente coreando las canciones. O sea, si no hay toros, no hay virus. Fíjate, lo fácil que era y los investigadores buscando vacunas como locos.
Quizás por eso Alberto Garzón, ministro de Consumo a la sazón, recomienda dejar de comer carne. No porque los toros sean el nuevo pangolín que luego fue un murciélago como responsable de la pandemia, sino porque el 14,5% de las emisiones de gases de efecto invernadero proviene de la ganadería, ya que para que tengamos un kilo de carne de vaca se requieren 15.000 litros de agua, según dice. Lo cual, teniendo en cuenta que una garrafa de cinco litros viene a costar poco más de medio euro, nos saldría el chuletón al punto imbatible de Pedro Sánchez por 1.500 euros.
El mismo Sánchez que presentó recientemente el informe ‘Españaña 2050’, donde alerta de que comemos demasiada carne e incluso vincula su consumo al riesgo de pandemias.
Resumiendo, hay que hacer dieta vegana, que ya se sacrifica el presidente zampándose nuestro chuletón para que estemos más sanos mientras sudamos las toxinas anteriores durante la “bestia africana” de calor.
R. Velázquez