El celo, por exceso y defecto
En los últimos días hemos visto como el Ayuntamiento de Medina del Campo ha tenido que allanarse ante la insistencia de un particular que, con negocio cara al público, gestiona numerosos trámites administrativos.
Esta circunstancia ha puesto de relieve que el Ayuntamiento medinense, que en muchos casos hace una verdadera dejadez de funciones, en otros se excede en el celo, especialmente a la hora de exigir determinadas documentaciones, dificultando con ello la apertura de establecimientos y el desarrollo normal y sin traumas de numerosas actividades de todo tipo, hoy más necesitadas que nunca porque de incentivar el empleo y el autoempleo se trata, y muy especialmente en una época en la que los puestos de trabajo no sobran.
Así las cosas, se evidencia que el exceso de rigor y de celo, que en muchos casos no vienen a cuento, no son buenos ni cuando nacen del funcionario que aprieta y gobierna en nombre de los políticos, ni en el caso de que éstos sean, que es lo más normal, quienes aprieten las tuercas del funcionariado para exigir caprichos que sólo pueden estar orientados a hacer factible el ejercicio de la arbitrariedad, en el sentido más caciquil de la palabra.
Pero en otros casos parece, y nadie sabe a mayor gloria de quien o de qué, que el celo se deja de lado y nos exige a unos lo mismo que a otros, provocando así, desde el número uno de la Plaza Mayor, situaciones de agravio comparativo que, a juzgar por lo que pasa en los últimos tiempos, terminan en el juzgado, muriendo en el de primera instancia en muchas ocasiones y reviviendo en otras, en las Audiencias Provinciales, de tal forma que algunas denuncias bien merecían el nombre de “lázaras”, en alusión clara, ahora que se acerca ya la Semana Santa, al amigo de Jesucristo que fue resucitado por él.
Una de estas reclamaciones, todavía pendiente de elevarse a instancia judicial, podría llevar a los medinenses, por el defecto de celo al mirar una parcela, a tener que abonar al de la colindante casi cuatro millones de euros, en concepto de lesiones patrimoniales que los medinenses, en su conjunto, no provocaron, sino quienes en su día éstos situaron en la primera magistratura local y círculo concejil, los cuales además desoyeron los consejos del técnico de turno que les alertaba de las posibles consecuencias. Y tal falta de celo costará a los medinenses, si Dios no lo remedia y parece que la justicia humana puede ir en el mismo sentido, la cantidad anteriormente aludida.
Esta es la realidad del cuento, cuyo corolario está aún por escribir.
LA VOZ DE MEDINA Y COMARCA