P. De la Fuente-. De Mariano García Pásaro es característico hasta su forma de andar. Bohemio por naturaleza, siempre se supo que sus ojos habían visto suceder un sinfín de capítulos históricos de la Villa de las Ferias. Y en aquello de la poesía, es sencillo cogerle el ritmo, pues entre verso y verso, uno se evade y se escapa de este, nuestro universo.
Al preguntarle por las fiestas patronales, se le hace difícil no recordar a su padre, Mariano García Sánchez, quien fuera cronista de la villa y que relató –en La Voz de Medina de 1980- un suceso acaecido en 1893: la llegada del cólera a Medina del Campo. Con su característica entonación, García Pásaro ejecuta la lectura del edicto de su padre: “Rara era la familia medinense que no sufrió los mortíferos zarpazos del morbo desolador. Las autoridades sanitarias dieron órdenes muy severas, por las que se procuraba, en lo posible, el aislamiento de las personas atacadas, y ocurrido el fallecimiento, se mandaba que los cadáveres fuesen inmediatamente trasladados al cementerio sin previos velatorios en las casas, ceremonias litúrgicas, ni cortejos fúnebres.
Vendrían después de la inhumación las exequias y demás actos de nuestro rito (…). Medina se atuvo a tales ordenanzas de urgencia y colaboró como pudo en la lucha contra la peste. Entre otras cosas, organizó con carácter de temporal un cuerpo de camilleros compuesto por doce hombres animosos, cuya principal misión era montar guardia permanente en el cuartelillo que se les preparó, y estar desde él atentos a los avisos de auxilio que recibían. Se personaban en la casa mortuoria, amortajaban al cadáver y sin dilación alguna, le trasladaban al cementerio. Turnábanse los camilleros de modo que la guardia no se interrumpiera de noche ni de día y entretenían sus esperas jugando a las cartas. El cuartelillo lo tenían en la calle Gamazo, en el local mismo que ahora ocupa Julio del Río con su taller de fontanería. Mataban el gusanillo aquellos hombres de pelo en pecho a latigazos de orujo de lo más fuerte y bañaban sus almuerzos y meriendas con vino blanco de los mejores pagos medinenses (…).
En agosto de un año de aquellas próximas las fiestas de San Antolín, falleció don Toribio Zaera, consorte de doña Filomena Flores. Hombre de pro en la villa. Ignoro si murió a consecuencia del cólera o de alguna otra enfermedad coincidente con la epidemia. A los funerales por el alma de don Toribio asistió inmenso gentío. El cólera había remitido, pero temían los medinenses, con razón fundada, que el Gobierno Civil no autorizase la celebración de las corridas de novillos (…) ¿Habría novillos? Tales las preguntas que las gentes se hacían a la salida del funeral. Al salir de la Iglesia el alcalde, que lo era don Sebastián Fernández Miranda, se acercó un alguacil municipal y le hizo entrega de un telegrama. Abriólo apresuradamente, lo leyó sin poder disimular su complacencia y transmitió a las personas que tenía a su lado: señores, por fin hay novillos; el Gobernador los autoriza. Con la mano en alto, mostraba a la multitud el feliz telegrama y la noticia corrió como la pólvora. Medina, a pesar de la calamidad que atravesaba, no ocultó el gozo que la buena nueva le deparaba”.
Y aludiendo al antiguo cronista, Gerardo Moraleja, Mariano García Pásaro ‘remata la faena’ añadiendo un chascarrillo: “Ya se sabe que los medinenses se pasaban gran parte del año montando y desmontando talanqueras y tablaos”.
Retales de torerías en el Coso de la Plaza Mayor
Como si fuera ayer, y en relación a que “recordar es volver a vivir”, Mariano esclarece las dimensiones de aquel primitivo recinto taurino: “Yo he llegado a conocer la ‘plaza partida’. Era, aproximadamente, desde el Palacio Real Testamentario hasta lo que se conoció como la zona del Atrio de la Colegiata. Había muchas capeas, el conocido como toro de las once y también varios desencierros”. También anota quien daba los toques musicales en aquellos festejos: “Recuerdo la melodía de la Banda de Música de Casimiro. Mientras tanto, en el ruedo se podía ver a Rufo “El Barbas”, “El Moreno de la Seca”, que es el padre del torero Jorge Manrique, o “El Barbero de la Seca”, entre otros muchos.
Asimismo, García Pásaro rememora uno de los días que se le quedaron grabados: “Uno de los días de capea se dedicaba al ‘toreo de luces’, me gusta llamarlo. Las grandes ferias que todos conocemos también son ‘populares’ porque es el pueblo el verdadero protagonista que decide con su veredicto. Pero, como te comentaba, en uno de esos ocho días iba a venir Belmonteño, al que habían contratado con anterioridad mi padre y otro grupo de medinenses, tan mala suerte tuve que falleció mi abuela paterna Águeda y no pude asistir a verlo. Fue un disgusto tremendo, pues iba a ser mi primera vez en ver a un torero vestido de luces”. Todo ello se remonta al año 1946.
Sin ir más lejos, en Medina se han celebrado “festejos con matadores extraordinarios. Ya en 1822 figuraba una corrida de toros con Jerónimo José Cándido y Juan León. Dos toreros de romance y leyenda que se enfrentaron a unos catorce o veinte toros. Comenté todo ello en el gran museo de la A.T.C. Los Cortes que a todo esto, qué pena la marginación que se ha hecho con ello, era uno de los grandes documentos taurinos y festivos de Medina del Campo que, por falta de interés de quien corresponda, está ahora mismo recogido”.
Y si hablamos de los encierros, el medinense recuerda como si fuera ayer la campaña que realizó desde la Emisora de Radio del Instituto Laboral, para que volvieran a correr las reses por las calles, tras la prohibición de los encierros: «Contamos con secciones dedicadas a la tauromaquia con la presencia de Francisco Alonso “Paquillo”, que era un gran crítico taurino». A todo esto, algo quiere dejar claro en relación a la situación actual: “Ante todo está la salud y la vida, si no lo tenemos claro, mal vamos a ir”. Por lo que, con un toque de resignación, asevera que el año que viene, se volverá a coger con más ganas si caben las Ferias y Fiestas de San Antolín.
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